¡¡¡ 🆂ó🅻🅾 🅴🆅🅴🅽🆃🅾🆂 !!!

ESPECIAL MAXI´S AGENDA: CAFE LORD BYRON

 


Calle Palacio Valdés, 1 . Avilés

"Un lugar muy especial: agradable, acogedor, con sabor cultural, y con un trato muy amable. Además,  el pincho de tortilla es extraordinario. Si estás en Avilés, vale la pena ir expresamente, a cualquier hora del día."

"Es uno de los pocos locales que hay en la Villa en los que puedes hacer algo titular, encontrarte incluso actores que se encuentren en algún estreno en el Palacio Valdés. También te puedes encontrar un grupo actuando en directo o un grupo de idiomas practicando en inglés o en francés."









"Es un lugar mágico, tranquilo en el que te encuentras a gusto desde el primer momento. Es un lugar donde existe un encuentro diario entre artistas y toda variedad de publico.La música ambiente es perfecta, combinando diversos estilos podría decir que suena lo mejor de cada estilo, incluso esa que crees que es poco conocida de hace décadas la llegar a escuchar llevándote agradables sensaciones. Mmmmmm y os pinchos esa tortilla, pincho que no te debes perder. Y luego están las actividades culturales, son tantas y tan variadas que seguro que encuentras alguna que te interese, y lo mejor es que son todas gratuitas, solo pagas el precio de tu consumición. No es un bar, es una experiencia. Y todo gracias a las dos personas que lo llevan, con su amabilidad y ese toque personal que lo hace tan especial.


Que no te lo cuenten, lo mejor es pasarse por allí y comprobarlo. Guti y Pedro ponen la parte amable, la sonrisa y los buenos alimentos. El ambiente que consiguen es acogedor y siempre están tendiendo una mano a las actividades culturales de la villa y de la calle en la que están ubicados. Recomendado sin duda, al visitante ocasional y al local"











Más que un café con sabor a teatro

Desde su apertura el 21 de diciembre de 1991, el local evolucionó hasta convertirse en un referente para la gente del teatro en la ciudad. El Lord Byron cumple 18 años abierto convertido en un testigo de la actividad cultural de Avilés

FERNANDO DEL BUSTOAVILÉS.
Agustín Gutiérrez, 'Guti', posa delante de la barra con los carteles de obras de teatro dedicados por los actores detrás. ::                             MARIETA/
Agustín Gutiérrez, 'Guti', posa delante de la barra con los carteles de obras de teatro dedicados por los actores detrás. :: MARIETA

«¿Cómo está la coja con más mala leche del teatro?». Carmen Machi escuchó atónita la pregunta que hace unos meses le formuló Agustín Gutiérrez, 'Guti', cuando la actriz entraba en el Lord Byron. «¿Por qué me dices eso?», contestó la intérprete de 'Aida'. «Tú lo sabrás, fue lo que escribiste hace doce años en el cartel», replicó Guti antes de enseñarle el autógrafo que entonces una desconocida Carmen Machi había firmado como una de las intérpretes del 'Retablo de Lujuria y Avaricia' del Teatro de La Abadía y que aún se encuentra colgado en la pared de la céntrica cafetería.

Una anécdota que refleja en buena parte lo que es el Lord Byron: el lugar de parada para la gente del teatro en Avilés, pero es mucho más: un bar de encuentro para todas las personas con inquietudes de la ciudad o, simplemente, un lugar para relajarse y disfrutar de la consumición con los amigos. Una cafetería muy especial que el pasado 21 de diciembre cumplía 18 años tras su apertura en 1991.

Agustín Gutiérrez contaba con una pequeña experiencia previa en hostelería en el bar de la playa que su familia regentaba en Xagó durante los veranos. Con ella abrió el Lord Byron, junto con un socio que, a los pocos meses, lo dejó. En esa primera etapa, era el típico bar para adolescentes, con mucha actividad los fines de semana y, de lunes a viernes, bastante más tranquilo.

Tres años después, 'Guti' comenzó a cambiar la orientación del local. «Quería hacer algo más tranquilo y personal», explica. Hombre de inquietudes culturales, no dudó en fomentar iniciativas de todo tipo. De forma paralela, la creciente actividad del Teatro Palacio Valdés iba repercutiendo en el día a día.

Calixto Bieito, por ejemplo, ultimaba el estreno de 'La profesión de la señora Warren' en el Palacio Valdés y Guti no ponía problema en que se llevasen las consumiciones al teatro. La relación con el Teatro Palacio Valdés fue creciendo poco a poco, sin grandes estridencias, sin exigencias. Cada uno a los suyo, pero apoyándose mutuamente. Entre 1994 y 2004, Lord Byron vivió una década fantástica: albergó una tertulia literaria y otra cinematográfica, en sus paredes creció y murió la Asociación La Ventana Indiscreta, se proyectaron cortometrajes, recitales... Era un hervidero cultural.

Seguramente, la historia del Lord Byron sería la misma pero hubo un momento decisivo: la firma de los carteles de las obras que hoy adornan las paredes de todo el café. Pero ese momento aportó lo que faltaba, una escenografía propia, la señala para que la gente de teatro supiese que se encontraba en casa, en territorio amigo. «El primer cartel que colgamos fue de 'Te odio, amor mío', de Dagoll Dagom», recuerda 'Guti'.

A partir de ahí, la decoración creció hasta el punto que algunas paredes se encuentran totalmente ocupadas. «Estoy empezando a reducir los tamaños», comenta. Y también están las fotografías de 'Guti' con los actores. Todos han pasado buenos ratos en el Byron y lo atestiguan las anécdotas de Guti.

«Juan Echanove ya es de casa, estamos esperando que regrese para su próxima obra. En algunas dedicatorias de los carteles me comentan que es una pena no tener un chiringuito móvil para acompañarlos en las giras. Eduardo Velasco colgó fotos en su página de Facebook y la enlazó con la del bar y la mía personal. Muchos, al entrar, dicen: «¡qué bien estar en casa!», recuerda Agustín Gutiérrez que, siempre que lo permite el trabajo, se escapa a las representaciones.

Pero 'Guti' no sólo recibe, también da. «El año pasado, hice unas tazas de café con el lema «Lord Byron, el sabor del teatro» y se las regale a casi todas las compañías. Aitana Sánchez Gijón, Maribel Verdú, Pere Ponce y Antonio Molero me dijeron que la usarían en su camerino durante toda la gira. Para mí fue un puntazo», comenta.

Para los avilesinos ya no es una sorpresa ver a un actor sentado en el Lord Byron tomando una caña después de una rueda de prensa.

Después de 18 años en la brecha, 'Guti' aún cuenta con proyectos para el futuro. «Estoy preparando un homenaje al teatro asturiano, quiero colgar las fotos con todos ellos en el bar. Estoy viendo donde», avanza. Con todo, este tiempo no ha sido fácil. «Han sido muchas batallas, en más de una ocasión he estado a punto de tirar la toalla. Sin el apoyo de Marisa, mi madre, o de mi hermano Samuel, igual lo hubiese dejado en algún momento. Este año está siendo complicado con la crisis y el andamio que nos tapa la fachada desde mediados de julio y no nos lo han retirado hasta ahora».

Pero igual que el teatro ha generado anticuerpos contra la crisis, el Lord Byron saldrá adelante.











Lord Byron, historia de un Café

Por , el 21 diciembre, 2009.



Sábado, veintiuno de diciembre de 1991, solsticio de invierno, una buena fecha para abrir un bar. Si al día siguiente a uno le cae un pico en el sorteo de navidad, se cierra y santas pascuas. Pero no fue así desafortunadamente para el chaval que emprendía la aventura, al que seguramente le habrían venido de perlas los millones. No fue así, por fortuna para todos los demás.

Aquel día los periódicos hablaban de Alan Greenspan (responsable de la Reserva Federal en tiempos de Bush padre y hasta hace casi dos días) que rebajó el precio del dinero en USA al 3,5% para frenar una recesión de pacotilla si la comparamos con la de ahora. Juan Pablo II recibía a Boris Yeltsin y el presidente del Barça, el señor Núñez, decía que se llevaba estupendamente con el técnico, Johan Cruyf, quien por cierto meses después se traería la primera ‘Orejona’ para la ciudad condal.

Pero centrémonos en aquel chaval. Naciendo el 28 de agosto en Avilés, el destino indica que existen más de un 78% de posibilidades de que te llamen Agustín (patrono de la villa). Si además de Agustín te apellidas Gutierrez, el destino indica que las probabilidades de que alguien abrevie llamándote Guti son del 84%. Y así fue, en Guti se quedó, nada de Osvaldo Christiansen Le Corbusier, o algo similar, lamento decepcionaros.

Yo a Guti le conocí en el «insti». No fuimos nunca a la misma clase en el I.E.S. Carreño Miranda, pero Guti era un tío popular porque tenía un curro de lo más socorrido. Trabajaba en Video Tron, un videoclub que entonces existía en la calle Cabruñana. Si digo que su trabajo era socorrido es porque en aquellos años en los que la web (que acababa de nacer de la mano de Tim Berners-Lee) era aún un concepto desconocido para las masas, para cualquier adolescente virgen, onanista y menor de edad, era imprescindible acceder a los videoclubs – al precio que fuera – para poder alquilarse la primera película porno. Las mujeres se sorprenderán, pero este acto – y acudir a una farmacia a comprar condones – era un rito de iniciación a la edad adulta prácticamente obligatorio para cualquier «guaje» de 2º de BUP.

Pero volvamos con Guti por un quítame allá esas pajas. En mi vida este chaval podría haber sido simplemente el aprendiz de Tarantino que me hizo conocer a Andrew Blake en VHS, pero el destino quiso que además de eso, abriera un bar al que llamó Lord Byron por la intercesión de un socio que le duró apenas 8 meses. Su bar, mi bar, EL bar, se hizo conocido enseguida por su variada tabla de cachis (jarras de 1 litro) a 500 pesetas. Entre «la carta» recuerdo el Agua de Valencia, la tradicional Cerveza con Whisky, unas extrañas combinaciones bioluminiscentes que se llamaban Gominolas, y un atentado contra la salud pública llamado Pantera Rosa que incluía leche y granadina en su composición.

Hoy en día le daría antes un trago a un cóctel molotov, pero entonces era joven e inexperto. El caso es que afortunadamente el bar, y yo, sobrevivimos a aquella etapa transitoria de potingues que hoy resultarían letales para cualquier organismo pluricelular. Al año siguiente de la inaguración del Byron, Avilés recuperaba el teatro Palacio Valdés, abandonado ruinosamente durante décadas. Así que la farándula del espectáculo llegó al bar, y Guti – avispado como pocos – cambió los cócteles radioactivos por el vino de Rioja y una surtida carta de cervezas internacionales.

El Byron se reinventó y se nos hizo serio. ¡Y qué bien le ha ido el cambio al jodío de Guti!

No tengo ni idea de las horas que habré pasado yo en ese bar con mi chica de ojos verdes y tristes. Recuerdo el rebote que se pilló cuando un guardia que cortaba la calle no nos dejaba pasar porque el Príncipe de Asturias estaba presidiendo no se qué acto en el teatro. Hasta se llegó a encarar con él, que parecía mirarla como diciendo: «Si yo te entiendo chiquilla, pero a mi me pagan por esto». Ella y yo rompimos hace un millón de años, pero todos aquellos cafés compartidos en el Byron siguen en mi memoria, y confío que también en la suya.

Cada día en el Café era una sorpresa. Uno se podía encontrar con un cooperante recién llegado de Guatemala exponiendo diapositivas de su experiencia; con una mesa literaria que terminó por irse a hacer puñetas por culpa del exceso de protagonismo de algunos y la beligerancia de los que no querían ser sometidos; con cuenta cuentos; con conciertos «unplugged»; con discusiones políticas (IU era casi siempre el nexo de unión); con concursos deportivos en los que te podías llevar una porra potente si acertabas el podio del Tour de Francia (yo mismo hice el programa que controlaba las puntuaciones); o con conversaciones sobre Ópera (me agencié la entrada para mi primera Tosca en el Campoamor gracias a Pedro «el kioskero del parche»). Cualquier cosa que tuviera que ver con mundos que arreglar y con universos ficiticios (sin porros, que allí Guti nunca dejó fumar) se lo podía encontrar uno en el número 1 de la calle Palacio Valdés.

¿Cómo no le voy a tener cariño a este local que hoy cumple 18 añazos? Ahora, de sus paredes cuelgan decenas de carteles teatrales, recuerdos, fotos, autógrafos, programas… se nos ha hecho mayor de edad como quien no quiere la cosa, pero entonces – entre mis 20 y mis 28 años – aquel bar era el centro bohemio de mi existencia, el único lugar en el que poder caerse «vivo». En el lord Byron se hablaba de cine y de teatro, y si había que participar en un cortometraje, se hacía. Hasta festivales de cortos como La Ventana Indiscreta se llegaron a fraguar entre sus muros. Yo mismo aparecí en los créditos de un «ente» llamado Gin & Toni, en el que mostraba mi oronda silueta mientras bailaba de perfil – con una pistola de juguete en la mano – imitando a las tías güenas de las pelís de James Bond. (Espero que aquel esperpento se haya quemado en algún incendio incruento).

Pero pongámonos serios. El Lord Byron sigue siendo a día de hoy un lugar mágico y único en el que es absolutamente normal encontrarse con cualquier actor que se te venga a la cabeza.

– ¿Ese de ahí no es José Sacristan?
– ¿Oye, el que está poniendo cañas no es Juan Echanove?
– ¡Tío, pero si esta tipa es Carmen Maché, la de Aída!
– ¡Guti, que dice Verónica Forqué que le pongas un café en la terraza!

Cuando todos estos monstruos acuden a Avilés, ya saben donde tienen su casa.

Antes de ayer, mientras cenábamos unas deliciosas tostas en el bar revisitado, Pedro (que ya no es «el kioskero» sino un «creativo de la cocina») me comentaba que Avilés se ha convertido en un centro «experimental» importante a nivel de estrenos teatrales. «Muchas compañías nacionales vienen al Palacio Valdés a medir la reacción del público a su obra, si sale bien aquí saben que triunfará en todo el país», decía Pedro. Es curioso, pero este efecto – aunque a nivel electoral – se da por bueno cada vez que llegan las elecciones generales. Al final va a resultar que Avilés es un modelo perfecto a escala de este complejo país nuestro.

El bar tiene un presente y un futuro halagüeño, pero para mi sentarme en sus mesas es retroceder casi dos décadas de mi vida. Recuerdo la deliciosa tortilla de patatas que Marisa – la madre de Guti – hacía cada día. Los trabajadores de la zona miraban sus relojes esperando el momento en que salía humeante de los fogones. Aquella amalgama de huevo y patata era capaz de transformar místicamente un simple bollo de pan, en una delicatessen merecedora de una estrella Michelin. ¡Cuantos kilos de más le «debo» yo a esa señora! Ahora como digo, Pedro la sustituye muy dignamente. Doy fe que la tortilla sigue siendo deliciosa, pero las tostas (que a 1,20 € la unidad son un auténtico chollo) simplemente quitan el sentido. Mi mujer y yo nos chupamos los dedos especialmente con las de crema de espinacas.

Lo cierto es que últimamente paso muy poco por allí, pero mira por donde el Facebook ha vuelto a unir nuestras vidas, por lo que ahora Guti puede echarme la bronca virtualmente en cuanto espacio demasiado las visitas. No obstante, cada vez que regreso por la zona vuelvo a sentirme como en casa. En cada reencuentro, ambos cumplimos con el obligado ritual de preguntarnos por los que entonces se dejaban caer. ¿Cómo les irá la vida a Willy, Washington, Burky, Ramón, Pili y Troski, Jorge Jaúregui, Rosa y Eva de Ápice, don Vito, María Jose y Armando, Fernando y Carmen, Ani y su hermano Jose, Paula la camarera, etc.? A muchos de ellos, que ya no son pareja, la vida les ha llevado a otras ciudades.

Aunque no lo sepan, todos ellos han quedado atrapados en el ambar de mis recuerdos. Son parte de la historia de un bar, mi bar, EL bar, que nos tocó a todos el corazón. Un lugar maravilloso en el que fuimos realmente felices y que tal día como hoy – hace ya 18 años – abrió sus puertas por primera vez.

¿Qué queréis que os diga? Deseo fervientemente que este templo sobreviva al menos otros dieciocho años más. Y seguramente así será, a no ser que mañana a Guti le toque ese décimo que se le resiste desde hace tantos años.



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