El Revistín, 1982
El Revistín, 1982
El Revistín, 1982
El escritor Armando Palacio Valdés, pasó su niñez en Avilés, y mantuvo una relación durante toda su vida con esta ciudad donde nuestras calles y plazas fueron motivo de inspiración de alguna de sus obras. Por ello no es extraño el agradecimiento de nuestra villa hacia su persona, que se manifiesta en diversos motivos que recuerdan la figura del prolífico novelista.
La construcción del teatro comenzó en el 5 de agosto de 1900, fecha de la colocación de la primera piedra en un acto solemne con numerosos invitados entre los que se puede destacar a Clarín (tenía entonces Avilés doce mil habitantes) y se terminó en 1920, ya que la obra atravesó por diversos avatares de financiación. El proyecto fue del Arquitecto Manuel del Busto, muy prolífico en la edificación de singulares edificios en la ciudad. Se inauguró el 9 de agosto de 1920 con los actos de un homenaje al novelista Armando Palacio Valdés, que dio su nombre al coliseo.
Se trata de un coliseo “a la italiana”, de planta rectangular, de estilo neobarroco donde se exhiben motivos escultóricos, alegóricos al teatro: opera, zarzuela, comedia y drama.
El interior se divide en tres partes: el escenario y zonas anejas del utillaje y camerinos, sala de planta de herradura y alzado de varios pisos de palcos; finalmente los accesos, es decir zonas sociales y de descanso y cuyo elemento más destacado es el foyer, un original espacio rectangular cuyos balcones dan a la fachada principal.
En abril de 1972 por razones económicas cerró sus puertas cayendo en un estado de lamentable abandono, hasta que y después de una fuerte campaña popular de reivindicación, consiguiera su restauración. El “Palacio Valdés” volvía a ejercer como teatro el 14 de noviembre de 1992.
El edificio fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC) el 28 de diciembre de 1982. Forma parte de la Red Española de Teatros, escenarios, Auditorios, Circuitos y Festivales de Titularidad Pública
La tragicomedia envuelve la historia de la calle Palacio Valdés
Fue el destino el que se trabajó las circunstancias para que la calle, donde hoy se levanta el teatro ‘Palacio Valdés’, tuviera una historia que se mueve entre los géneros de la tragedia y la comedia.
Todo comenzó a finales del siglo XIX cuando Avilés se planteó su modernización urbana. Después de la obra de desecación de marismas y construcción en el suelo liberado del parque El Muelle y la [actualmente denominada] plaza de Hermanos Orbón, también comenzaron a construirse esplendidos edificios en las calles San Francisco, La Cámara y La Fruta. Pero la apuesta principal era el intento de ensanchar, de hacer crecer la ciudad por sus alas, con nuevas zonas urbanas tomando como referencias Sabugo y Rivero.
Teóricamente, los planes fueron grandiosos pero no se si porque quien mucho abarca poco aprieta o porque mucho ruido pocas nueces, el caso es que en la práctica, lo único que se ensanchó, entonces, fueron los terrenos situados entre las calles de Rivero y Llano Ponte, ocupados en su mayoría por las huertas del Hospital de Peregrinos de Rivero que llegaba hasta Llano Ponte, al igual que la llamada huerta de Ponte (perteneciente a la casa de García Pumarino, también conocida como palacio Llano Ponte y que hasta el otro día era el cine ‘Marta y María’). El resultado final fueron tres nuevas calles paralelas entre si (conocidas, entonces, como Las Travesías) y perpendiculares a Rivero y Llano Ponte. Entre estas dos calles, y paralela a ellas, surgió otra más larga que se llamó Siglo XIX.
Las Travesías (que son hoy las actuales calles Pablo Iglesias, Libertad y Las Artes) son episodio aparte porque hoy solo me caben las peripecias burocráticas acerca de la denominada como Siglo XIX, sin poder precisar fecha concreta pues en el Archivo Histórico de Avilés falta documentación desde 22 de junio de 1898 hasta el 3 de enero de 1900. Cosas que pasan, por ejemplo que en el Ayuntamiento impacto una bomba de la aviación del general Franco durante la Guerra Civil de 1936, causando ‘daños’ colaterales en el Archivo.
Por tanto el porqué del ‘singular’ nombre de Siglo XIX no se puede saber muy bien pero da que pensar sobre la imaginación de los mandamases municipales de entonces ya que la primera travesía (actualmente calle Pablo Iglesias) fue llamada 3 de Noviembre (sic) porque ese fue el día de su inauguración. Hay que ver que nivel, Maribel.
Pero bueno, el caso es que la nueva rúa agarró un protagonismo de mucho cuidado cuando se decidió construir en ella -una obra que duró entre 1900 y 1920- el teatro Palacio Valdés.
Por cierto que para este escritor, entonces de moda en muchos idiomas, solicitó el 3 de mayo de 1918 el Círculo Avilesino de La Habana –que por estos años era un potentísimo centro de influencia– el nombre de la plaza más antigua de Avilés, la de San Nicolás (hoy Carlos Lobo). El Ayuntamiento no pudo desvestir a un santo y encima indiano (me refiero al Marqués de Pinar del Río, que era el nombre que entonces tenía la calle Ferrería y la referida plaza) para vestir al autor literario. Pero para no desairar a los millonarios avilesinos, residentes Cuba, le dio el nombre del escritor nada menos que a la calle Galiana, que desde entonces se llamaría de Palacio Valdés hasta 1945. Chapuza cosa fina.
Siguiendo con lo nuestro, a la calle Siglo XIX –donde ya funcionaba a todo trapo el teatro Palacio Valdés– le cambian su nombre, en 1934, por el de 8 de Octubre, porque en tal día de aquel año, entraron en la ciudad las tropas del general López Ochoa para sofocar la Revolución de Octubre de 1934.
Más tarde, así es la Historia, resulta que la Corporación que regía el Ayuntamiento el 18 de junio de 1936 tenía otro punto de vista político y cambió el nombre de 8 de Octubre por el de Luis de Sirval, periodista valenciano asesinado en Oviedo –al término de aquella frustrada revolución obrera– por el búlgaro Dimitri Ivan Ivanoff, teniente de la Legión, que posteriormente fue juzgado y sentenciado a seis meses y un día de cárcel menor, lo que desató airadas protestas en el país y muchas poblaciones, entonces, le dedicaron una calle al periodista. Avilés fue una de ellas.
Otra vuelta de manivela fue cuando las tropas de Franco entraron en el Avilés republicano. Cambiaron muchas cosas, entre ellas el callejero y la de Luis de Sirval fue renombrada, en 1938, como calle de Calvo Sotelo, político derechista cuyo asesinato fue una de las mechas de aquella Guerra Civil.
Luego, en 1945, se toma el acuerdo de devolver a Galiana su nombre que había sido sustituido por el de Palacio Valdés y con sentido común, se ‘traslada’ al escritor a la calle donde reina el teatro que lleva su nombre, aunque sólo en su primer tramo. Fue en 1979, la primera Corporación de los Ayuntamientos democráticos, la que da por fin el nombre de Palacio Valdés al resto de la calle.
De esta manera, casi teatral por tragicómica, tomó forma aquella petición que, en 1918, había hecho desde La Habana (Cuba) el Círculo Avilesino de «rendir merecido homenaje a quien no solo es gloria legítima de las letras españolas, sino que está ligado a nuestra población por muchos sagrados vínculos, habiéndola hecho en toda ocasión objeto preferente de sus afectos y de cariñosa mención en varias de sus obras literarias» dando el nombre de Armando Palacio Valdés a la calle que comienza en la intersección con la de Ruiz Gómez (popularmente conocida como ‘calle La Cárcel’) y termina en la calle de Las Artes, después de atravesar dos glorietas, una la que forma con las de Pablo Iglesias (el fundador del PSOE, no confundir) y Conde de Real Agrado y otra, más adelante, con la calle Libertad.
A fecha de hoy –7 de diciembre de 2014– doy fe de que la tal calle, de 390 (trescientos noventa) metros de largo, situada en la ciudad asturiana de Avilés, sigue llevando tal nombre.
Todo comenzó a finales del siglo XIX cuando Avilés se planteó su modernización urbana. Después de la obra de desecación de marismas y construcción en el suelo liberado del parque El Muelle y la [actualmente denominada] plaza de Hermanos Orbón, también comenzaron a construirse esplendidos edificios en las calles San Francisco, La Cámara y La Fruta. Pero la apuesta principal era el intento de ensanchar, de hacer crecer la ciudad por sus alas, con nuevas zonas urbanas tomando como referencias Sabugo y Rivero.
Teóricamente, los planes fueron grandiosos pero no se si porque quien mucho abarca poco aprieta o porque mucho ruido pocas nueces, el caso es que en la práctica, lo único que se ensanchó, entonces, fueron los terrenos situados entre las calles de Rivero y Llano Ponte, ocupados en su mayoría por las huertas del Hospital de Peregrinos de Rivero que llegaba hasta Llano Ponte, al igual que la llamada huerta de Ponte (perteneciente a la casa de García Pumarino, también conocida como palacio Llano Ponte y que hasta el otro día era el cine ‘Marta y María’). El resultado final fueron tres nuevas calles paralelas entre si (conocidas, entonces, como Las Travesías) y perpendiculares a Rivero y Llano Ponte. Entre estas dos calles, y paralela a ellas, surgió otra más larga que se llamó Siglo XIX.
Las Travesías (que son hoy las actuales calles Pablo Iglesias, Libertad y Las Artes) son episodio aparte porque hoy solo me caben las peripecias burocráticas acerca de la denominada como Siglo XIX, sin poder precisar fecha concreta pues en el Archivo Histórico de Avilés falta documentación desde 22 de junio de 1898 hasta el 3 de enero de 1900. Cosas que pasan, por ejemplo que en el Ayuntamiento impacto una bomba de la aviación del general Franco durante la Guerra Civil de 1936, causando ‘daños’ colaterales en el Archivo.
Por tanto el porqué del ‘singular’ nombre de Siglo XIX no se puede saber muy bien pero da que pensar sobre la imaginación de los mandamases municipales de entonces ya que la primera travesía (actualmente calle Pablo Iglesias) fue llamada 3 de Noviembre (sic) porque ese fue el día de su inauguración. Hay que ver que nivel, Maribel.
Pero bueno, el caso es que la nueva rúa agarró un protagonismo de mucho cuidado cuando se decidió construir en ella -una obra que duró entre 1900 y 1920- el teatro Palacio Valdés.
Por cierto que para este escritor, entonces de moda en muchos idiomas, solicitó el 3 de mayo de 1918 el Círculo Avilesino de La Habana –que por estos años era un potentísimo centro de influencia– el nombre de la plaza más antigua de Avilés, la de San Nicolás (hoy Carlos Lobo). El Ayuntamiento no pudo desvestir a un santo y encima indiano (me refiero al Marqués de Pinar del Río, que era el nombre que entonces tenía la calle Ferrería y la referida plaza) para vestir al autor literario. Pero para no desairar a los millonarios avilesinos, residentes Cuba, le dio el nombre del escritor nada menos que a la calle Galiana, que desde entonces se llamaría de Palacio Valdés hasta 1945. Chapuza cosa fina.
Siguiendo con lo nuestro, a la calle Siglo XIX –donde ya funcionaba a todo trapo el teatro Palacio Valdés– le cambian su nombre, en 1934, por el de 8 de Octubre, porque en tal día de aquel año, entraron en la ciudad las tropas del general López Ochoa para sofocar la Revolución de Octubre de 1934.
Más tarde, así es la Historia, resulta que la Corporación que regía el Ayuntamiento el 18 de junio de 1936 tenía otro punto de vista político y cambió el nombre de 8 de Octubre por el de Luis de Sirval, periodista valenciano asesinado en Oviedo –al término de aquella frustrada revolución obrera– por el búlgaro Dimitri Ivan Ivanoff, teniente de la Legión, que posteriormente fue juzgado y sentenciado a seis meses y un día de cárcel menor, lo que desató airadas protestas en el país y muchas poblaciones, entonces, le dedicaron una calle al periodista. Avilés fue una de ellas.
Otra vuelta de manivela fue cuando las tropas de Franco entraron en el Avilés republicano. Cambiaron muchas cosas, entre ellas el callejero y la de Luis de Sirval fue renombrada, en 1938, como calle de Calvo Sotelo, político derechista cuyo asesinato fue una de las mechas de aquella Guerra Civil.
Luego, en 1945, se toma el acuerdo de devolver a Galiana su nombre que había sido sustituido por el de Palacio Valdés y con sentido común, se ‘traslada’ al escritor a la calle donde reina el teatro que lleva su nombre, aunque sólo en su primer tramo. Fue en 1979, la primera Corporación de los Ayuntamientos democráticos, la que da por fin el nombre de Palacio Valdés al resto de la calle.
De esta manera, casi teatral por tragicómica, tomó forma aquella petición que, en 1918, había hecho desde La Habana (Cuba) el Círculo Avilesino de «rendir merecido homenaje a quien no solo es gloria legítima de las letras españolas, sino que está ligado a nuestra población por muchos sagrados vínculos, habiéndola hecho en toda ocasión objeto preferente de sus afectos y de cariñosa mención en varias de sus obras literarias» dando el nombre de Armando Palacio Valdés a la calle que comienza en la intersección con la de Ruiz Gómez (popularmente conocida como ‘calle La Cárcel’) y termina en la calle de Las Artes, después de atravesar dos glorietas, una la que forma con las de Pablo Iglesias (el fundador del PSOE, no confundir) y Conde de Real Agrado y otra, más adelante, con la calle Libertad.
A fecha de hoy –7 de diciembre de 2014– doy fe de que la tal calle, de 390 (trescientos noventa) metros de largo, situada en la ciudad asturiana de Avilés, sigue llevando tal nombre.
EL COMERCIO AVILES
Tras años de abandono, el Palacio Valdés estuvo a punto de desaparecer hasta que el empuje de una iniciativa ciudadana consiguió que fuese rehabilitado
La historia del Teatro Palacio Valdés es una historia accidentada a lo largo de todo el siglo XX. Tras haber sido diseñado por Manuel del Busto, uno de los grandes arquitectos de Asturias de la época, el edificio se empezaría a construir en el verano de 1900. Sin embargo, debido principalmente a problemas económicos, las obras no concluirían hasta 1920 cuando fue finalmente terminado y abierto al público y a cuya inauguración acudiría el mismísimo escritor Palacio Valdés.
Los avatares del icónico edificio avilesino no terminarían ahí. Tras unos años dorados, la guerra civil iniciaría un lento declive donde la proyección de películas se iría imponiendo a la actividad teatral, hasta que en abril de 1972, debido a las paupérrimas condiciones en las que se encontraba, obligarían a un cierre definitivo.
Durante la siguiente década el abandono es absoluto y llegado a los años ochenta no son pocos en la ciudad los que abogan por su derribo, a pesar de que en 1982 el edificio había sido declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento. Según distintas versiones que circulan por la ciudad, las razones que se esgrimían a favor de la desaparición del Teatro Palacio Valdés se resumen en dos, no necesariamente coincidentes: los problemas técnicos y presupuestarios para su completa rehabilitación y la especulación urbanística.
La preocupación por la rehabilitación del teatro se había iniciado en 1979 aunque será al año siguiente que el Ayuntamiento elabore un estudio de rehabilitación y recuperación del teatro que en ese momento estaba en manos privadas. Debido a que las negociaciones con la propiedad se retrasaban, empezó a cobrar fuerza la idea de construir una nueva Casa Municipal de Cultura en el solar del teatro.
Ante ello, una iniciativa ciudadana trasversal encabezada por Laura González, entonces miembro del Partido Comunista, y Raúl Trabanco, propietario de la ya desaparecida librería Santa Teresa, en la calle Rivero, creó la Plataforma Pro-Recuperación del teatro Palacio Valdés que desde el primer momento se propuso concienciar a la opinión pública, a través de solicitudes de adhesión de actores, artistas y distintas personalidades, de la conveniencia de la rehabilitación del edificio.
De esta forma conseguirían recoger 8.000 firmas, con adhesiones como la de Arturo Fernández, Luis Eduardo Aute, Rafael Alberti o los grupos teatrales catalanes Les Joglars y Le Comediants.
Al mismo tiempo, LA VOZ DE AVILÉS publicó cómo Mercedes Saldaña, del CDS, entró a través de línea telefónica en un programa de radio y dialogó con Alfonso Guerra, entonces vicepresidente del Gobierno, de quien consiguió una manifestación a favor de la rehabilitación.
Un procedimiento este, el de llamar a programas radiales en los que se emitían debates y mesas redondas, donde intervenían periodistas o políticos de trascendencia, para hablar acerca de la aún posible rehabilitación del teatro avilesino, que la plataforma ciudadana practicaría de modo sistemático como parte de la campaña de concienciación.
La plataforma llegaría incluso a sacar un diario mural, 'El Recorte', que se distribuiría en la librería Santa Teresa, y donde se daba cuenta de las informaciones relativas a la campaña a favor del teatro.
Finalmente el activismo ciudadano lograría sus propósitos. Tras lograrse la titularidad pública del teatro, los partidos políticos se pondrían de acuerdo para iniciar las obras de rehabilitación en 1987. Unas obras que se prolongarían durante cinco años y que obligarían a un desembolso de 450 millones de pesetas (2.704.554 euros) por parte de diversas administraciones. La inauguración se produciría el 14 de noviembre de 1992, con el teatro abarrotado de gente, y con la presencia del entonces ministro de Obras Públicas y Transportes, Josep Borrell. Para el estreno se eligió una zarzuela barroca que no se había llevado a las tablas desde 1710, 'El imposible amor, en amor le vence Amor', del dramaturgo avilesino Bances Candamo y con música de Sebastián Duró.
Promoción nacional
Sin embargo, a pesar de este éxito ciudadano, no existía un plan definido para el posterior desarrollo del teatro, según reconoce alguno de los responsables en su gestión en aquel momento. Esta es una de las razones por las que, desde el punto de vista cuantitativo, la afluencia de público durante los primeros años no puede considerarse un éxito. No obstante, a finales de los años noventa esto empezaría a cambiar.
Una de las medidas que sin duda potenciarían la proyección nacional del teatro, sería la cesión de espacios y de técnicos de forma gratuita a las compañías de teatro durante la semana anterior al estreno. Algo que se empezaría a hacer con las compañías asturianas, en una afán de potenciar el teatro regional, pero del que también recogerían el guante las compañías nacionales. Esto permitió que Avilés, con una población de unos 80.000 habitantes y aun siendo la tercera ciudad de Asturias, comenzase a tener una oferta teatral igual o superior a muchas capitales de provincia del resto del país.
Por otra parte, esto ha conseguido, según manifiesta insistentemente alguno de los responsables de la gestión del teatro en estos últimos 25 años, que los técnicos del Palacio Valdés sean unos profesionales muy competentes, con gran experiencia, lo cual, a la postre, los ha convertido también en otra de las principales razones por las que grandes compañías de ámbito nacional eligen Avilés para sus estrenos o preestrenos.
Esto último parece redondear el éxito humano que la reciente historia del Teatro Palacio Valdés ha supuesto para la ciudad. Un teatro que hace tres décadas se debatía entre la vida y el derribo pero que, gracias a la movilización ciudadana, volvió a nacer
CENTENARIO DEL TEATRO PALACIO VALDÉS
El Coro de la Ópera de Oviedo -dirigido por los avilesinos Celestino M. Varela González (director artístico) y Raúl Vázquez (director de escena)- interpreta en la fachada del Teatro Palacio Valdés fragmentos del repertorio que se interpretó el día de su inauguración: el 9 de agosto de 1920, y de otras obras representadas en el mismo.
C/ Palacio Valdés (frente a la fachada del Teatro) 22.30 h.
La programación teatral del Palacio Valdés marca la pauta de la cartelera madrileña
La carestía de los montajes en la capital lleva a las productoras a preferir estrenar en escenarios como el avilesino, un referente nacional
14.10.2009 | 02:00
Los cuatro actores protagonistas de «Un dios salvaje».
Saúl FERNÁNDEZ
Avilés es como Broadway. La cartelera del Palacio Valdés anticipa, desde hace años, los éxitos teatrales de toda España. Seis de los espectáculos programados hoy en Madrid ya pasaron por las tablas del odeón local. Uno de ellos, además, vivió en esta ciudad su primera representación en España. El teatro que dirige Antonio Ripoll es una referencia para toda la farándula del país. Y es que los espectadores avilesinos son todos ellos unos privilegiados. A lo largo del año pueden disfrutar de más de una docena de estrenos absolutos. De hecho, para el próximo viernes está previsto el de «Piedras en los bolsillos», con Fernando Tejero y Julián Villagrán.
Pero, ¿qué pasa en el teatro de Avilés para que esté en boca de todos? El escritor y productor luanquín Nacho Artime lo explica diáfanamente: «El teatro Palacio Valdés es maravilloso, los espectadores son muy receptivos y además siempre llenan... y eso te da mucha moral. No hay que olvidar el trabajo de Ripoll: te lo facilita todo, más si cabe en los días previos al estreno, que siempre son los más histéricos. Si no acoge más estrenos es por la distancia que hay hasta Madrid. Ahora las productoras hacen teatrillos pequeños en la sierra de Madrid, parecen ensayos generales con público», explica. ¿Y qué sucede en Madrid para haya dejado de ser un referente escénico? «Pues que es muy difícil estrenar actualmente. Todo se ha encarecido: la publicidad en el metro, la prensa, el alquiler de los teatros... y no podemos subir el precio de las entradas. Ya están en veinticinco euros», apunta el productor, que estrena en Miami (Estados Unidos), a finales de este mes, su primer espectáculo original, el musical «Rocío no habita en el olvido», sobre la vida de Rocío Jurado.
Los teatros públicos, según los expertos consultados, deben encontrar su hueco competitivo. Un escenario de las características del Palacio Valdés no puede programar lo mismo que un teatro comercial, porque renunciaría a su naturaleza. Los teatros públicos, como el de Avilés, son escenarios de exhibición: un día, una función. Otros escenarios son de temporada: Valencia, Bilbao, Sevilla... Además, el teatro avilesino se ha especializado en los estrenos: dos o tres días antes del debut, los actores pulen su trabajo en el odeón local.
Las productoras que se arriesgaron últimamente a estrenar en Madrid no viven su momento más dulce. «Adulterios», la comedia que inauguró las Jornadas de Agosto de 2008 de Avilés, sin embargo, sigue en la ola del éxito. Además, funciones pequeñas que pasaron por el Palacio Valdés vuelven a la capital: la genial «Sí, pero no lo soy» o la irreverente «La omisión de la familia Coleman», este otoño, en el Jovellanos.
«Adulterios»
El estreno nacional de la comedia de Woody Allen inauguró las Jornadas de Agosto de 2008. El teatro Maravillas, en Malasaña, acoge ahora el espectáculo que protagoniza María Barranco.
«Cosmética del enemigo»
Dos sombras se encuentran en un aeropuerto: así comienza la tragedia que protagonizan José Pedro Carrión y Jesús Castejón en el teatro Fernando Fernán-Gómez.
«Sí, pero no lo soy»
Se trata de una comedia que arrasó el pasado año por toda España. Es una producción del Centro Dramático Nacional que ahora vuelve a las carteleras, en el María Guerrero.
«Un dios salvaje»
La comedia-drama de Yasmina Reza pasó este verano por las tablas avilesinas. Se había estrenado en Madrid y regresa a Madrid hasta el 22 de noviembre en el Compac-Gran Vía.
«La cena de los generales»
La comedia de José Luis Alonso de Santos cerró las últimas Jornadas de Agosto. El espectáculo se pudo ver hasta este pasado fin de semana en el teatro Español.
«La omisión de la familia Coleman»
La comedia de Claudio Tolcachir -del «off off» Buenos Aires- pasó como un suspiro por Madrid; pese a ello, los avilesinos la disfrutaron el verano pasado. Ahora la programa el Español.
LA NUEVA ESPAÑA AVILES
Artes Escénicas «ACPTA concede el
«Premio oh! de honor 2016» al
equipo técnico del Teatro Palacio
Valdés de Avilés
La Asociación de Compañías Profesionales de Teatro y Danza de Asturias (ACPTA) ha decidido conceder el Premio Oh! de Honor 2016 al equipo técnico del Teatro Palacio Valdés.
Con este premio, ACPTA quiere reconocer y agradecer en esta edición la labor de los profesionales de los oficios escénicos y, entre ellos, al equipo técnico del Teatro Palacio Valdés, cómplices entre bambalinas, colaboradores de la labor de la creación en vivo de las artes escénicas en un teatro público que ha sabido aunar un centro de exhibición con la formación y el apoyo a la creación que disfrutamos la profesión artística.
Este equipo lleva adelante el trabajo no sólo del Teatro Palacio Valdés, también el del Auditorio de la Casa Municipal de Cultura de Avilés y también el del CC Los Canapés con una programación muy variada.
Javier Fernández, Arturo Fernández, Laureano Váez y, más recientemente, David de la Cruz y Olegario Blanco han valorado siempre las necesidades planteadas en las propuestas escénicas y han resuelto los problemas de montaje, fueran de la índole que fueran, han acogido a las compañías con afecto, profesionalidad y han sabido mantener el equilibrio que se les plantea desde los responsables de programación con las diferentes empresas del sector ganándose el respeto y la amistad de las compañías asturianas.
En otras ediciones, ACPTA premió a la revista La Ratonera, a Toño Criado, a Antonio Ripoll, a Regina Rubio y Belén Yugueros, al público asturiano y a Miguel Rodríguez Acebedo.
El maquinista del Palacio Valdés
Acumula anécdotas de un trabajo que le encanta y al que llegó por casualidad. Firmó su pasión por él en una escenografía que ahora es leyenda
Desde hace un año el Teatro Palacio Valdés está un poco más silencioso. Los ritmos de trabajo siguen igual, pero ya no se oye tan a menudo la voz de Laureano. No solo no se le escucha, sino que hasta se echan de menos sus gritos y alguno de aquellos improperios con los que, todo sea dicho de paso, salpicaba su jornada de montaje teatral. Lo suyo es puro teatro, para bien y para mal porque si curtido está en esa representación de malhumorado maquinista que ya no cuela, también en la de avezado técnico y amigo de sus compañeros con los que forma un equipo sin fisuras. Alejado del día a día del teatro avilesino desde hace un año, sigue cumpliendo como responsable de escenario en las funciones teatrales. Y eso, por suerte para el mundillo, significa que seguirá firmando todas las escenografías que pasen por su teatro. Aquel muñeco que un día dibujó en el revés de una de ellas junto a la frase «me encanta este trabajo» ha viajado por toda España y Europa y se ha popularizado hasta tal punto que una página de Facebook le rinde homenaje y las compañías piden su rúbrica en cualquier caja si no llevan escenografía. Esta es la huella que ha dejado Laureano. En su casa y en la de sus amigos, la de esas compañías que desde hace veintidós años visitan un Teatro Palacio Valdés que, a decir de todos, se ha convertido en una gran familia, acogedora y trabajadora.
Laureano Váez Rodiz nació en Sama de Langreo en 1942, en el seno de una familia minera. Mellizo con otro hermano varón, comenzó a trabajar con diecisiete años en una empresa nacional de componentes electrónicos de Gijón, ciudad a la que se había trasladado la familia y en la que siempre ha residido. Cuando cerró veinte años después, pasó algún tiempo en el paro hasta que entró en la empresa de servicios de mantenimiento que trabajaba para el Ayuntamiento de Avilés. Era el 3 de enero de 1995.
Él quería trabajar y hubiera aceptado casi cualquier destino, pero le tocó en suerte uno que ha derivado en pasión. No se le olvida la impresión al entrar por primera vez en el Teatro Palacio Valdés. ¿Podía haber sitio más bonito para trabajar? Sin embargo lo mejor, como descubrió después, no fue el continente sino el contenido. Pocas experiencias laborales podrían haberle dejado tantas y tantas anécdotas. Aunque la esencia del trabajo responde a una rutina, cada compañía y cada representación son diferentes. Antes con más medios y actores, ahora cada vez más reducidas. En cualquier caso, interesantes siempre.
De los cuatro técnicos que trabajan en este teatro, él es el encargado de la escenografía. En cuanto llega el camión o furgoneta de la compañía y se descargan las cajas, le toca comenzar a montarlo en un escenario que no tiene secretos para él.
Ha habido montajes desafiantes como los de las óperas, 'Ricardo III', con un Kevin Spacey ahora caído en desgracia, o 'Almacenados', con José Sacristán como protagonista en una obra cuyo hilo argumental dependía del tiempo marcado por un reloj automático. Había tormenta y uno de los rayos afectó al ordenador que estaba conectado a ese reloj. Tras unos angustiosos momentos de tensión hubo que suspender. José Sacristán tenía función al día siguiente en Madrid, pero se comprometió a regresar al inmediatamente posterior a Avilés. Y así lo hizo. Él ha sido uno de los grandes profesionales con los que, desde la boca posterior del escenario, ha disfrutado del teatro con mayúsculas. Porque, entre otras cosas, cree que su 'butaca' ha sido la mejor. Esa puesto en la parte posterior del escenario y en diagonal a la acción asegura que es desde donde más intensamente se disfruta la historia.
Es su obligación estar ahí, a pie de obra, por si surge alguna emergencia. La única vez que abandonó el puesto surgió. No fue porque él quisiera, sino por imperativo de la actriz protagonista, una Aitana Sánchez-Gijón que se desconcentraba con su presencia. Se fue para atrás y justo ese día surgió algo. No recuerda el qué, tantos son los momentos que se le agolpan en la memoria, pero sí que desde aquella nunca más, bajo ningún concepto, volvió a irse lejos del escenario durante una función.
Si aquel incidente fue un auténtico mal trago, tampoco fue nada agradable la amenaza de bomba en una gala de coronación de las Xanas y Xaninas de Pascua presentada por Norma Duval. Fue un falso aviso, pero suficiente para alterar el guión del día.
Si tiene que elegir una escenografía que le haya impresionado se queda con 'El lector por horas', en la que Juan Diego leía para una chica ciega. La elige por la impresionante biblioteca que se recreaba sobre el escenario con una señorial chimenea que costó lo que no está escrito montarla. Él lo cuenta en varas: dos o tres para sujetarla desde arriba.
Tensión y camaradería
Y de lo más laborioso a lo más sencillo que, por otra parte, es lo más habitual en los últimos tiempos. Claro que entre lo mucho y lo poco hay un término medio y cuando un grupo teatral les pidió una mesa y dos sillas casi que se quedaron a cuadros. En realidad, a él eso le soluciona mucho el trabajo. Igual que lo monta, lo tiene que desmontar, luego a mayor montaje, mayor tiempo. No son raros los días que sale de madrugada tras una función.
Laureano, que por si no quedó claro al principio tiene carácter, ha tenido también que poner un poco de orden en el seno de una compañía. Cierto es que lo recuerda como algo inusual, pero aquella vez que los actores estallaron en discusión entre ellos tras llegar derrengados de un viaje nocturno en furgoneta desde Murcia, apenas sin dormir, o intervenía o se levantaba el telón sin escenario colocado.
Esas y el nerviosismo e incertidumbre propia de un estreno son los únicos momentos catalogados en el apartado de tensiones porque el buen ambiente reina en la casa y entre los compañeros de trabajo. No hace falta que lo diga Laureano, lo sabe y lo nota todo el que trabaja con ellos. Por eso los Premios Oh de Teatro, concedidos por la Asociación de Compañías Profesionales de Teatro y Danza de Asturias, les otorgaron el galardón de honor en 2016.
Por eso Laureano echa (un poco) de menos su trabajo. En realidad, las charlas y comidas con sus compañeros. Siempre juntos en La Eritaña, principalmente, o en cualquiera de los restaurantes de alrededor de los centros en los que trabajan. Porque cuando no mantienen la caja escénica, luz y sonidos del Palacio Valdés, hacen lo propio en la Factoría Cultural o en Los Canapés.
Y en ninguno de ellos se escuchan ya los gritos de Laureano, pero en todos queda su huella.
Opiniones
Mi experiencia con la dirección del teatro y todo el personal es maravillosa; dos de mis producciones teatrales: "Tres versiones de la vida " de Yasmina Reza que dirigió Natalia Menéndez y "La puerta de al lado " de Fabrice Roger Lacan que dirigió Peris Mencheta se han estrenado en este teatro tan hermoso e histórico. Que suerte tiene el público de AVILES de tener esta joya !!!!
Templo de teatro. Todo lo bueno se estrena allí. Todo empieza en el Palacio Valdés o en el Niemeyer.
FOTO: CARLOS DEL ARCO
FOTO: CARLOS DEL ARCO
Teatro Palacio Valdés 1920-2020
En 1920 la burguesía avilesina de la época detectó que la ciudad, en la que por aquel entonces vivían 12.000 habitantes, tenía una importante carencia: un teatro de gala. Por esta razón se le encargó al arquitecto Manuel del Busto el diseño de un singular edificio cuya primera piedra se colocó el 5 de agosto de 1900, en un acto solemne al que acudieron numerosos invitados entre quienes destaca Clarín. La construcción se prolongó durante dos décadas, debido a la paralización de las obras en diversas ocasiones por problemas de financiación y, finalmente, el Teatro Palacio Valdés abrió sus puertas en 1920 con una primera representación a la que asistió Armando Palacio Valdés.
El edificio se convirtió durante sus primeros años de vida en un relevante epicentro de la actividad cultural avilesina en el que convivían teatro, música y cine. El comienzo de la Guerra Civil y los años posteriores de dictadura influyeron en el progresivo declive del edificio y de su actividad cultural cuya programación teatral fue mermando hasta destinarse principalmente a la proyección de películas. En abril de 1972, debido a las malas condiciones en las que se encontraba, el Teatro Palacio Valdés se vio obligado a cerrar definitivamente.
En los años que sucedieron a ese acontecimiento, el edificio fue deteriorándose hasta que, en la década de 1980 y tras ser declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento el 28 de diciembre de 1982, el Teatro Palacio Valdés pasó a ser propiedad municipal y se inició su restauración en 1987, gracias a la colaboración entre la administración central, autonómica y municipal.
El 14 de noviembre de 1992 el Teatro Palacio Valdés abrió nuevamente el telón para el reestreno de la zarzuela barroca El imposible mayor en amor, le vence Amor del dramaturgo avilesino Bances Candamo, con música de Sebastián Duró. Desde entonces, el Teatro Palacio Valdés ha mantenido una intensa y vanguardista actividad teatral y cultural que le ha llevado a convertirse en un referente en toda España.
Llegada de los coches con las autoridades que participarían en el homenaje a Armando Palacio Valdés y escenario con autoridades y homenajeado en el primer día en que fue usado el teatro.
Primer acto
Armando Palacio Valdés le cedió su nombre al teatro y, a cambio del bautizo, en el inmueble se le dedicó un homenaje al escritor, que poco después ingresó en la Real Academia Española
Un artículo de JUAN CARLOS DE LA MADRID
Al teatro de Avilés le pusieron en la pila "Armando Palacio Valdés", en un festín memorable con padrinos e invitados confundidos en homenaje de gran tronío. El homenajeado no era el teatro, sino la persona que cedía su nombre para que él lo llevara. Un novelista que hizo de su vida una novela donde el capítulo de la infancia transcurría en un Avilés que parecía descrito por Mark Twain.
La primera intención fue llamar al teatro "Claudio Luanco". Buena opción. Justa. Pero lo bueno es enemigo de lo mejor. Los oficios del ya difunto don Claudio cedieron ante un autor con prestigio internacional que había aventado en papel de imprenta el nombre de Avilés y que, a pesar de haber nacido en Entralgo (Laviana), se consideraba hijo legítimo del Avilés en el que quiso ser enterrado.
Don Armando estaba en esa edad en la que, según Camilo José Cela, te llegan las arrobas y los homenajes. Hubo más de lo segundo que de lo primero pues, en mayo de 1918, el Ayuntamiento ya había dado su nombre nada menos que a la calle de Galiana, acto bien festejado en el flamante Gran Hotel en septiembre de aquel mismo año.
Faltaban festejos. Esa primavera las fiestas de El Bollo habían fracasado por la escasez de papel, que las dejó sin revista, la huelga de electricistas, que dejó las calles sin luces, y una lluvia que anegó desfiles y pasacalles. Año en blanco. A nadie se le ocurrió trasladar las fechas. Había que compensar y, como todo era poco después de años de espera, hasta la confitería Galé hizo cajas de bombones con postales de Avilés y del teatro y se vio en la ría un festejo nuevo: un partido de wáter polo. Dos equipos de Gijón que empataron a tres "goals".
Hablando solo de cuchipandas, festejos e inauguraciones varias, los lectores pueden pensar que no se hacía otra cosa que holgar y festejar. No era así. La vida no era igual para todos. Los asuntos laborales, no estaban en paz en esos días.
La industria más importante de la comarca hervía. En la Real Compañía Asturiana de Minas, el 14 de julio de 1920 la fundición se declaró en huelga. Se fue más allá de lo imaginado dejando los hornos abandonados, cosa nunca vista. Casi un año, pues la fortaleza de los obreros solo se quebró en abril de 1921, con la vuelta al trabajo de los fundidores.
Lo que para unos fueron tiempos de abundancia para otros seguían siendo de escasez. El periódico local tuvo que dejar de publicarse algunos días por la mencionada carencia de papel. La otrora poderosa sociedad "Avilés Industrial", que había marcado una época con la inauguración de La Curtidora, estaba en liquidación. Una estocada para el empleo. Los más modestos lo pasaban mal y el Ayuntamiento tuvo que ceder parcelas cultivables al fondo del parque de El Retiro para atajar la necesidad de los que no podían comer. Nada de huertos de ocio, que ni ocio había.
Ese ambiente y el retraso de los pedidos por la posguerra afectaron a los preparativos para el nacimiento del teatro. Nada nuevo. Nunca había sido su historia un camino de rosas, pero continuaba en los plazos previstos para levantar el telón. En junio empezaron a convocarse las plazas para los trabajadores. Vallina, el conserje, fue el encargado de supervisar el proceso de selección para cubrir catorce plazas de porteros y acomodadores. Puestos de trabajo que repartían alegría entre los que nunca tendrían dinero para pagar un abono de temporada.
Los que sí disponían de ese dinero ya estaban movilizados. A finales de julio se cerraba la lista de abonados para las diez funciones inaugurales. En esos momentos el teatro era centro de peregrinación de abonados y curiosos en general. Tantas eran las visitas no programadas que la empresa hizo un ruego público para que dejasen de acudir, ya que interrumpían los trabajos de limpieza y colocación de mobiliario.
La tensión subía. Los propietarios de abono tenían preferencia para adquirir sus localidades en el homenaje a Palacio Valdés. Un centenar de familias entre las que estaban los apellidos más copetudos de Avilés. Todos ansiosos por conocer el nuevo odeón, de cuyas hechuras se hacían lenguas ya por toda la villa: una sala de 11 x 22 metros para 396 butacas, cuarenta palcos y plateas, seis proscenios, con seis escaleras de servicio y dos accesorias, veintidós camerinos, un cuadro de distribución eléctrica con cinco cambios de color y dieciocho interruptores para cada cambio y hasta 33 retretes, cuando el agua corriente era un lujo. Y además, casa para el conserje.
Una obra de arquitecto e ingeniero conocidos, pero también de un director de obra, Manuel Fernández, auxiliado por José María Fernández, y de muchos otros: el decorador Colominas, el pintor escenógrafo Marín Magallón, los autores de la tramoya, Eduardo Argüelles -más conocido por "Tamón"- y su hijo Luis, Francisco Suárez, decorador de sala y foyer; Gerardo G. Robés, autor del saloncito de plateas; Celestino Mariño, autor de butacas y demás mobiliario; Enrique y Agustín Delgado, electricistas que trabajaron junto a los empleados de La Popular y todos los obreros que habían levantado la estructura de hormigón y revestido la sala con caobas y escayolas. Listo para el bautizo; el primer acto de la vida de aquel teatro.
Meses hacía que venía organizándose el festejo. Se trataba de honrar a Palacio Valdés con un concurso literario, cuyo ganador recibiría el premio el día del homenaje. En ese mismo acto el novelista recibiría las insignias de la Gran Cruz de Alfonso XII, empresa para la que Julián Orbón movilizó a la prensa y a la que se sumó luego una suscripción popular con 364 aportaciones. Ya solo hacía falta confirmar a los oradores, que salieron de lo más granado de la política y la sociedad e intervinieron en un acto de discursos preparados en cuartillas leídas al pie de la letra.
Comenzó con la lectura de las adhesiones y entrega de los premios a los autores agraciados en el certamen literario. Llegó después el discurso-ofrecimiento del teatro por Armando de las Alas-Pumariño, diputado a cortes por Pravia, quien destacó la generosidad del pueblo avilesino, que lo mismo dedicaba un monumento a un maestro de escuela que a un conquistador. No podía faltar la poesía "en dialecto asturiano" titulada "Flor de España", de Benigno García, "Marcos del Torniello". "Rasgos del Maestro. Sus iniciaciones literarias", fue el título del discurso de José Ortega Munilla, de la Real Academia Española, que habló de Palacio Valdés como maestro en la literatura. Hermoseó la noche "La vuelta del sembrado", poesía escrita por M. R. Blanco Belmonte, y leída por la señorita María Teresa Hernández. Fue entonces cuando se procedió a entregar a don Armando la insignia de la Gran Cruz de Alfonso XII. Allí salió el patriarca nacional del reformismo, Melquiades Álvarez, con su "Discurso-ofrecimiento del homenaje en nombre de la provincia"; el diputado a cortes por Castropol consideró al autor un romántico que había puesto su pluma al servicio de la civilización.
Llegaron entonces las cuartillas de don Armando. Sin duda retomando el espíritu idealizado de "La novela de un novelista", entre otras muchas cosas, dijo que en Avilés "los ricos no son aborrecidos de los pobres, porque su dinero sirve para enaltecerlos y consolarlos. Díganlo esos hombres generosos que no han vacilado en desprenderse de sumas cuantiosas para erigir este teatro que honra al pueblo de Avilés como a todo el Principado". Esos hombres eran Fernández, Botas y Menéndez, que, pese a la insistencia del periódico local, declinaron recibir homenaje en un banquete. Todo concluyó con la lectura, fuera de programa, del soneto ganador del concurso literario, obra de Benito Álvarez-Buylla (Silvio Itálico).
El homenaje concluyó cerca de la una de la madrugada, entre trajes de etiqueta, galas militares y la presencia del Ministro de Instrucción Pública, Luis Espada. Todo, según las crónicas, orlado por "la belleza de las damas que daban realce al decorado suntuoso". Eran otros tiempos. Lo mejor, el producto de la venta de entradas, 11.301,50 pesetas que Ángel Fernández y Cía, entregó para la construcción del nuevo hospital de Caridad.
En el mismo mes que abría el teatro reabría la iglesia de San Nicolás, restaurada por Armando Fernández Cueto para los recién llegados (otra vez) franciscanos. Ese año la sociedad "El Crepúsculo" abría la primera rula para la venta de pescado. En febrero se había inaugurado el campo de deportes del Deportivo Racing de Villalegre, y el 18 de marzo se iniciaba el transporte de correo en automóvil de Avilés a Grado por La Peral. Y además, Avilés ya tenía teatro.
Era, al fin, el edificio grande y nuevo con el que soñó una generación de la buena sociedad avilesina. Llegaba al mundo con el nombre de un anciano novelista sentado en el saloncito de plateas que, dos meses más tarde, muy tarde, ingresaba en la Real Academia Española.
1920-2020 | Historia del Teatro Palacio Valdés
Desgracias encadenadas
El sprint final para abrir el Palacio Valdés se convirtió en una carrera con los más variados obstáculos, incluso un accidente mortal, que a punto estuvieron de echarlo todo por la borda
Juan Carlos De La Madrid 26.04.2020 | 00:40
Compañía del Reina Victoria en "Los alegres maridos de Maxim's", fotografiada por Merletti y Teresita Saavedra en "Las Verónicas". INFOGRAFÍA DE MIGUEL DE LA MADRID
Dicen que en su máximo esplendor, Raquel Meller, la más luminosa estrella del cuplé de los felices veinte, llegó a usar trayectos ferroviarios libres, en Francia y Estados Unidos, viajando en su tren particular. Iba rodeada de lujos y servida por tres cocineros. Tal vez pensaron en la estación del Norte de Madrid que era el tren de la Meller el que de allí partía a las dieciocho horas del 9 de agosto de 1920. Qué iba a ser si no aquel trajín, aquel abordaje de mujeres guapas y baúles de teatro. ¡Cómo para una boda! Como para diez.
Y es que les estoy hablando de la compañía del teatro Reina Victoria, tan extensa en personal e impedimenta que normalmente no salía de Madrid. No hacía giras por provincias para no complicarse la vida. En el Foro el éxito estaba asegurado sin tener que despeinarse ni hacer baúles. Pero el estreno del Palacio Valdés con todo podía. El empresario Cadenas, engrasadas generosamente las cadenas de sus decisiones por los dineros de Ángel Fernández y Cía, puso todas las facilidades para que en Avilés se viera lo nunca visto. Es decir, para que lo visto en Avilés fuese lo mismo que solo se podía ver en Madrid. Ya saben, y perdón por la reiteración: ¡será por perres!
La estación del Norte fue el primer lugar en medir la magnitud del evento porque por allí pocas veces se veía movimiento tal de mercancías para un operativo teatral a provincias. Ya digo que la compañía del Reina Victoria no salía de Madrid y, para hacerlo, debía llevar consigo todo el personal y decorados. Parecía empresa tan cara que rozaba lo imposible, pero fue todo lo contrario, precisamente a eso respondía el movimiento de la estación madrileña.
Se pueden imaginar la escena, "veraneo teatral" lo llamó el periódico madrileño "La Acción". Qué otra cosa podía parecer aquello si, solo de la compañía viajaban 114 personas, entre artistas y técnicos. Añádase a esto la parentela, amigos y curiosos, y nos encontraremos con las 200 personas que inundaban aquel tren, dispuestas a inaugurar un teatro, cosa que no todos los días sucedía y, de paso, a conocer los agostos del norte, los que, se decía entonces, eran lo más elegante para el cuerpo y para el alma social. Playas frías y corazón caliente.
Y no era un tren botijo, de aquellos que se fletaban por poco precio, llenos hasta la locomotora con los primeros veraneantes de Castilla, atufados por el agosto. Era un grupo de artistas, cómicos y "estarletes" que iban dando cuenta de pollos, jamón, fiambres, quesos, fruta, rioja y champán. Y muchos kilómetros de vapor por delante. Un convoy que llegaba precedido por otros ocho vagones, ocho, completos, con toda la escenografía, atrezzo y sastrería que ya se había enviado hasta Avilés en avanzada. Viajaban también dos apuntadores, cinco maquinistas, tres electricistas, sastre, mueblista y hasta personal de contaduría. Total, veinte mil pesetas de safari que el empresario Cadenas adelantó para mostrar confianza en la empresa avilesina. Lo nunca visto. El acabose, para algo que tan solo empezaba.
Y no empezaba bien. Nada había empezado bien para un teatro que llevaba veinte años de mala suerte y uno de desgracias. Había sorteado ya una huelga en Avilés que amenazó con paralizar las obras, pero, cuando éstas volvieron a su ser, llegó otra huelga más peligrosa. Ya se dijo que este año era conflictivo. Toda España atravesaba los difíciles años previos a la dictadura de Primo de Rivera. Asturias más. En abril se habían vivido los "sucesos de Moreda", un enfrentamiento a tiros entre obreros del Sindicato Católico y del sindicato minero socialista, SOMA. Doce muertos. La conflictividad no remitía y una nueva huelga amenazó el final de las obras del teatro. Una huelga de electricistas.
Para un teatro con tanta chispa esa huelga era letal. Comenzó el 29 de marzo y, aunque se aventuraba un desenlace a corto plazo, los días iban corriendo. La huelga afectaba a los intereses de la Compañía Popular de Gas y Electricidad en toda Asturias. Estalló por el despido de unas telefonistas de Gijón, además de varios trabajadores del personal de los saltos de Somiedo y Blimea. Estaba coordinada por el sindicato "Luz y Fuerza", también desde Gijón, la ciudad más afectada. Allí paró la fábrica del gas del barrio de La Arena y dejó a la ciudad, además de sin corriente (ni continua ni alterna), sin luz nocturna. Los faroleros entregaron sus pértigas y no encendieron más faroles. Y así varios meses.
En Avilés el problema era doble: había huelga de electricistas y las negociaciones se llevaban lejos de aquí, con lo que no se tenía la capacidad de forzar acuerdos. En este clima de incertidumbre, por el final de las obras del teatro, siguieron pasando meses de preparativos y plazos fijos. Llegó mayo y aquí se celebró la Fiesta del Trabajo con mítines y un partido de fútbol entre el Stadium de Avilés y el de Oviedo. Y sí, con metalúrgicos y electricistas aún en huelga.
Como el tiempo volaba y el teatro no iba a poder inaugurarse, en Avilés se multiplicaban las llamadas al entendimiento por el bien del teatro, que era tanto como decir el bien común y el patriotismo. Así hasta mediados de junio, pues, aunque "Luz y Fuerza" mantuvo la huelga hasta agosto, en Avilés los oficios de Ángel Fernández y Cía volvieron a aparecer para acercar posturas entre obreros y patronos. Y la huelga acabó el 14 de junio.
Ya nada podía interponerse en la inauguración del teatro. O sí? Pues sí. Una nueva huelga asomó en el horizonte. Mucho más peligrosa para el asunto teatral, por cierto. Sucedía esto porque en las profesiones del teatro se vivía, ese mismo 1920, una guerra sin cuartel. Los trabajadores por un lado, queriendo hacer valer sus derechos a través de los sindicatos. Justo en el verano estaban muy adelantadas las gestiones para hacer un Sindicato Único de Actores que agrupase además a maestros, directores, profesores de orquesta, apuntadores, maquinistas, tramoyistas dependientes y demás. Así se impondrían condiciones de trabajo y salario para todas las profesiones. Se decía que era una maniobra del sindicalismo socialista para controlar a todo el gremio.
Y dirán ustedes: ¿qué tiene que ver la inauguración del teatro de Avilés con esto? Todo. Resulta que el principal enemigo de estos sindicatos era José Juan Cadenas, crítico, dramaturgo y, mire usted por donde, empresario del Reina Victoria. Ya había roto un primer intento de sindicato llevándose a los apuntadores. Era la bicha para los del sindicato. Y, oh fatalidad, el jefe de la compañía que había de actuar en Avilés.
Total, que como Cadenas seguía firme en su posición de no acceder a las peticiones de los trabajadores del teatro, estos decidieron boicotear a Cadenas y la primera ocasión que tenían cerca, ya es mala suerte, fue el estreno del Palacio Valdés. Cadenas siguió adelante y los sindicatos de artistas contactaron con las organizaciones asturianas para consumar el boicot. Se llamó a todo tipo de sindicatos, incluido al líder histórico del SOMA, Manuel Llaneza. Pretendían que ni siquiera hubiese camiones en Avilés para el traslado del material de la estación del tren al teatro.
Pero Cadenas era mucho Cadenas y removió cielo y tierra para sustituir a los músicos que no quisieron actuar. En Avilés se jugaba el ser o no ser de la huelga, con lo que, desde Madrid, se desató una campaña para impedir la actuación de los músicos en el acto inaugural. Llegaron piquetes de la capital. La presión fue grande. Paco Meana, del sindicato de Actores, envío telegramas a los trabajadores de Avilés para que impidieran la representación, haciendo gala del carácter de "la indomable raza astur". La compañía del Reina Victoria, toda ella, pasó a ser un nido de esquiroles. Sus actores fueron expulsados del sindicato "por falta de pago".
Finalmente todos ganaron. Los del Reina Victoria siguieron adelante con esta primera temporada y los actores, en septiembre, consiguieron sensibles mejoras en sus condiciones de trabajo. ¿Se habían acabado por fin las desgracias de la inauguración teatro? No. Se lo juro.
Faltaba la peor de todas, la única que no tenía remedio. El ayuntamiento de Oviedo había enviado una comisión para estar presente en el homenaje a Armando Palacio Valdés. Venían en automóvil. Les mentiría si llamase carretera a lo que entonces había para comunicar Oviedo y Avilés. Pues allí, a medio camino, un mal viraje hizo que el automóvil de la delegación ovetense volcara en el alto de La Miranda. Resultaron heridos el alcalde, Juan González Ríos, los concejales José Lastra, José Cuesta y un portero del Ayuntamiento. El teniente de alcalde y concejal conservador Carlos Menéndez quedó muerto en aquel lance que tiñó para siempre de luto la inauguración del teatro de Avilés.
¿Era la última desgracia? No. Todavía el estreno tenía que sortear un lápiz rojo que amenazaba con dar al traste con las primeras representaciones del teatro. En la próxima entrega se lo cuento que, en esta, no tengo espacio para más desgracias.
Estreno arrevistado
El vodevil se adueñó del teatro al levantar el telón por vez primera, pero tuvo que sortear, como en un sainete, a una legión de señoras de Acción Católica dispuestas a impedirlo
Juan Carlos De La Madrid 03.05.2020 | 00:38
Doña Isabel de Maqua, presidiendo esta composición, con los números culminantes (de izquierda a derecha y de arriba abajo) de "La Araña Azul", "El As" y El Duquesito", sobre fotografías de Cámara, Ortiz y Calvache e infografía de Miguel De la Madrid.
En el capítulo anterior dejábamos el estreno del Teatro Palacio Valdés pendiente de un hilo. Mil y una desgracias y asechanzas se habían conjurado para que no se alzase su delicado telón de boca a la francesa. Ése en el que, entre fingidos cortinajes rojos, se abría paso un medallón donde se reproducía la soirée de la casa Elorza, donde María iba a interpretar al piano la romanza del Dúo de la Traviata. Es decir, la escena de "Marta y María" que Armando Palacio Valdés situó en el palacio de Llano Ponte (cines Marta) y que para siempre guardaría los secretos del escenario del nuevo odeón.
Cuando las amenazas exteriores parecían controladas, llegó otra que se emboscó para impedir el estreno desde adentro. Este edificio se imaginó, además de como el salto hacia el progreso de Avilés, como el centro de la sociabilidad burguesa, el lugar para degustar los más refinados néctares de la cultura al alcance de la gente bien. Y eso se podía llamar de diferentes formas, pero siempre acababa en la ópera. Muchos la esperaban en el estreno, pero finalmente el pragmatismo de sus promotores se decantó por la compañía del Reina Victoria. Y allí fue Troya, Pompeya y Herculano. Ya saben lo de la huelga y los sindicatos? muy poca cosa frente a otra organización que se echó el arma al brazo al conocer el nombre de la compañía encargada de inaugurar el teatro. Hablo de Acción Católica de la Mujer.
La Iglesia combatió a los espectáculos de cinematógrafo, varietés, cuplé y género ínfimo que, entre 1900 y 1920, eran dueños de los escenarios. Contra ellos lanzó sus publicaciones y organizaciones como Acción Católica, desde el Congreso Católico Nacional de Burgos, en 1899. Sólo un pueblo degradado podía admitir espectáculos como los de varietés y afines, en los que las mujeres desempeñaban unos oficios artísticos que, para las organizaciones católicas, estaban cercanos a la prostitución. Si los artistas o los espectáculos tenían su origen en el extranjero, peor. Si en Francia, muchísimo peor. Lo extranjerizante, lo chabacano y lo afrancesado eran lo mismo. Y la compañía del Reina Victoria cumplía todos los requisitos. Vaya por Dios.
No se crean que era enemigo pequeño. Comandó las hostilidades doña Isabel de Maqua, presidenta de la Junta Provincial de Acción Católica de la Mujer, de cuyo rasero moral puede servir de ejemplo su petición para combatir la moda femenina de vestidos descotados, ceñidos o con transparencias, verdadero incentivo para las bajas pasiones. En nombre de todas las juntas locales de Asturias, solicitó a la Reina de España que pidiera a las señoras de la nobleza "supriman todo género de descote en los vestidos de calle, disminuyan notablemente los de los trajes de recepción, y alarguen la falda". Pensaba que esos ejemplos de la nobleza serían "secundados por las mujeres de la clase media, y tras de éstas irán pronto las hijas del pueblo". Era mayo de 1920. Pueden imaginarse lo que pensarían de la compañía del Reina Victoria que, dos meses más tarde, actuaría en el Palacio Valdés. O mejor, no se lo imaginen. Ya se lo cuento yo.
El teatro Reina Victoria que, por arquitectura y por nacimiento (1916), era muy semejante al Palacio Valdés, estaba proscrito por la prensa católica. Las obras que allí se representaban no eran óperas, precisamente, casaban mucho mejor con piezas cómico-líricas en tres actos: operetas, revistas, pasatiempos, juguetes y vodeviles. Ofrecían lo que entraba por los ojos en decorado y actores, y se hacían acompañar de una música con sabor cosmopolita, generalmente adaptada de obras extranjeras. José Juan Cadenas era especialista en esto. Había un "toque Cadenas", para lo bueno y para lo malo.
Y esto era precisamente lo que no le gustaba a la Iglesia. Nada más nacer el teatro fue combatido por su prensa. En la primera temporada la "Lectura Dominical" dijo que "su repertorio ha sido enteramente reprobable". Para algunas de las obras elegidas en el estreno del Palacio Valdés había tenido palabras mayores. De "Petit Café", dijo que era una "viejecilla comedia vodevilesca", de "La Casta Susana" que "no había visto nada tan brutalmente indecoroso" pues era una "sucísima producción"; "La Araña azul" "pasaba de verde oscuro". Y no fue el único periódico que así se despachó, pues de "El As" dijo Juan Esteve, en "El Siglo futuro" que era un "vodeville de la traza y manera de todas las porquerías vistosas y aparatosas que allí se representan".
La compañía del Reina Victoria se ponía en movimiento como el ejército de Pancho Villa en campaña. Más de cien personas que tomaban las calles de Avilés antes de cada función y, entre ellas, un mujerío nunca antes visto por estas latitudes, mitad walkirias, mitad huríes fugadas de algún paraíso exótico.
La organización de Acción Católica de la Mujer en la diócesis de Oviedo no estaba preparada para este espectáculo, pero era robusta para la lucha. Llegó a tener 39 juntas, 34.848 asociadas y muchas fundaciones, como 17 bibliotecas circulantes y 15 roperos. Recién nacida en Avilés, tenía el mismo vigor. Un ejército de obreras comandado por unas cuantas señoras notables. Así lo declaró la Escuela Dominical al legalizar sus documentos en el Gobierno Civil, "una asociación regentada y dirigida por señoras; que tiene por objeto educar a las sirvientes y jóvenes que acudan a ella". Y eso se tradujo en una implantación sorprendente con Escuela Dominical, Escuela Nocturna de Obreras, Sindicato Católico de Obreras de Fábrica, Sindicato Católico de Obreras de la Aguja y Bolsa de Trabajo de los Sindicatos Católicos. La Iglesia había adelantado a las organizaciones socialistas y anarquistas en lo referente a las organizaciones de la mujer trabajadora, llegando incluso a las trabajadoras a domicilio o en casas ajenas, donde era muy difícil el acceso a los otros sindicatos. Avilés disponía, además, de una Casa de la Mujer Avilesina, única en Asturias.
Todos estos recursos, con Isabel de Maqua en vanguardia, fueron lanzados contra el programa inaugural. Mucha pólvora. Las damas de Acción Católica firmaron un manifiesto en el que denunciaban la llegada de una "ola de impudor", dispuestas a luchar contra la relajación de las costumbres y contra unas obras en las que "toda frivolidad y pornografía tienen su sitio".
De inmediato la prensa católica se hizo eco del manifiesto. La de Madrid y, por supuesto, "El Carbayón" de Oviedo, pero, contra todo pronóstico, "La Voz de Avilés" se negó a publicarlo. Y empezó una guerra de papel en la que "Lectura Dominical" y "El Carbayón" atacaron al diario avilesino censurando su actitud y poniendo en duda su independencia. El periódico de Avilés les respondió llamándolos "tartufos" y "obispos de chaquetón" y, además, dando enorme realce a la temporada inaugural del Palacio Valdés. Se lanzó mucha munición desde ambas trincheras y, para los sectores católicos, el teatro nació con el estigma de "sucio e irreverente". Cosa que había que unir al estigma de "esquirol" de los sindicatos socialistas. La de Dios.
¿Había para tanto?? Lo que se vio por vez primera no eran óperas, cierto es, pero tampoco pornografía. Se trataba de obras de éxito y consumo diario en la Corte. Y cuando digo la Corte soy preciso en los términos. "El Duquesito o la Corte de Versalles", había sido presenciada en el Reina Victoria nada menos que por el rey, Alfonso XIII, quien, lejos de escandalizarse, saludó a público y actores en medio de un gran éxito. Es cierto que los argumentos, casi siempre traducciones de obras francesas, eran textos ligeros de enredo e insinuaciones; que la belleza de las actrices, la música pegadiza, algunos bailables o la escenografía, era lo único que se apreciaba. El personal quedaba embobado con la escalera de "El As" o el número de la tela en "La Araña azul", para el que se contrató como bailarina a la Padowa.
El resto importaba menos, pero era tremendamente efectivo, como reflejó la crítica avilesina en el estreno de "El As", adaptación de un vodevil en tres actos de Hennequin sobre los ases de la aviación francesa en la Primera Guerra Mundial, que "fue sabiamente aprovechado por el señor Cadenas para hilvanar una serie de escenas bien dialogadas y sin otro fin que hacer pasar al espectador tres horas agradabilísimas, con aquel acertado barajar de luces, colores, sedas, caras bonitas y cuerpos juncales. La música toda ella es alegre, suelta, movida, adaptada al género de la obra".
Y así fue al fin. La señorita Hidalgo que "rinde al público desde la primera salida" tuvo un éxito clamoroso. La música "con 'La muerte del águila' y la proyección de las banderas aliadas sobre el animado vivo fondo, fue un efecto tal", que el público prorrumpió en clamorosa ovación. El polifacético empresario Pepe Cadenas, saliendo a saludar a petición del respetable, hizo subir al fin el telón de boca del nuevo teatro. Una y otra vez. Veinte años y muchas desgracias después, Avilés lograba inaugurar un teatro soñado.
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